Cuando hablamos de una “ciudad inteligente” podemos considerar como tal a cualquier entidad urbana en la cual la tecnología contribuya a mejorar la vida de quienes la habitan y la visitan, al igual que procurar un funcionamiento eficiente y sostenible como unidad poblacional.
Por lo general las iniciativas de ciudades inteligentes provienen de políticas públicas de los gobiernos locales, aunque también es posible sean promovidas por gobiernos estatales o nacionales, y hasta apoyadas por entes multilaterales que persiguen el bienestar colectivo a partir de la innovación tecnológica.
A medida que se adopta el uso de las Tecnologías de Información y Comunicación (TIC) en la vida diaria individual o familiar y se avanza en distinta medida en torno a lo que llamamos Internet de las Cosas (IoT, por sus siglas en inglés) (dispositivos, máquinas y demás objetos inteligentes conectados entre sí y a la Red); la sociedad entiende como un paso lógico y natural que sus necesidades puedan ser atendidas con los recursos tecnológicos existentes.
Valiéndose hoy incluso de la recopilación de datos como principal insumo para tomar decisiones y planificar, en muchas partes del mundo vemos cómo las ciudades implementan sistemas inteligentes, con sensores conectados para diversidad de áreas y análisis de datos avanzados para por ejemplo mejorar la gestión de la ciudad, en áreas como seguridad pública y participación ciudadana.
América Latina ha venido viviendo en distintos grados la digitalización de las ciudades, algo que ha sido posible consultar a través de estudios como el Ranking Motorola de Ciudades Digitales que elaboraba Convergencia Research, además de otros más recientes como el Índice IESE de Ciudades en Movimiento que cada año publica desde España la Universidad de Navarra.
En el siguiente post continuaremos hablando sobre ciudades inteligentes y las implicaciones que reviste para las redes de telecomunicaciones.
Jorge Espinoza
